DIY, una forma de resistencia


Siempre me han gustado las manualidades aunque no sea muy creativa o habilidosa: me quedan chuecas las hojas que corto con tijeras, embarro todo con el colbón y no sé hacer ni una línea recta. Sin embargo, disfruto mucho sacar tiempo para hacer collages o pequeñas bobadas que impliquen usar mis manos y mi cabeza y los colores. El sólo hecho de enfocar mi atención en un diseño me relaja y me aleja de los problemas. Es bueno para mi ansiedad. 

La primer cosa que prestara utilidad que hice fue una libreta que planeo usar en mi bullet journal (más de esto en otra entrada), y fue un reto porque iba a hacer una especie de encuadernación francesa que llevaba páginas cosidas. Soy horrible con la aguja y el hilo y estaba algo nerviosa pero después de unos cuantos pinchazos logré armar la estructura y sólo tuve que pegar las tapas de una portada forrada en tela para que fuera más duradera. 

Habiendo aprendido eso, me dediqué a reparar agendas y libros viejos que tenía en casa porque me parecía horrible que estuvieran en ese estado y el conocimiento que salió de ello lo atesoré para futuros proyectos (me ha venido muy a la mano para otras cosillas). Sin embargo, no había podido mezclar ambos procesos de forma exitosa porque siempre perdía el norte sobre lo que quería que llevar a cabo. Hasta que este año pude hacer mi primer “fanzine”. 

Los fanzines los vine a conocer en un trabajo de la universidad sobre el fandom como generador de espacios seguros para la comunidad LGBTQ+. Dentro de este contexto, fueron el primer vehículo de distribución del fanfiction y agrupaba historias con ilustraciones y apuntes sobre el fandom; de igual forma, las personas los utilizaban para transmitir poesía y cómics. Más tarde, me enteré que no sólo se limitaban a creación literaria, sino que obedecían a fenómenos culturales particulares y que seguían siendo vigentes en este siglo.

No tenía ni la menor idea de qué hacer, pero quería la experiencia de crear un fanzine propio, daba igual que no fuera a compartirlo con nadie más. Así que me puse hacer uno que pudiera abrir en momentos en los que me sintiera pérdida. Así nació Palabras Mágicas, un conjunto de frases propias y recogidas que uso cuando estoy en un día en el que me siento abrumada emocionalmente. Fue un proceso divertido porque fue hecho a mano por completo, las frases y los dibujos desprolijos le dieron un aire interesante al trabajo y me gustó tanto que incluso tengo más ideas descabelladas para hacer más fanzines con otras temáticas.

Buscando otras personas que compartieran el gusto por lo independiente y raro, me crucé el año pasado con Librería Mutante, una tienda en el pasaje comercial de mi ciudad donde se venden libros, entre otras cosillas. Allí ellos tienen trabajos de diferentes editoriales independientes y de autores que auto-publican y ofrecen un espacio de resistencia al fenómeno comercial de la literatura y el diseño.Comenzaron con donaciones de amigos y lectores, hasta que después de seis meses aplicaron al Plan de Lectura, Escritura y Oralidad de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín con la buena fortuna de quedar seleccionados. A partir de ese momento se dedicaron a dar “talleres orientados a la iniciación de lectores en creación de poesía, narrativa e historieta”. El resultado fue una Antología Mutante, una recopilación de las historias creadas en estos espacios.

Finalmente, quisieron cerrar el proceso haciendo un último taller: uno de encuadernación de la propia antología creada allí mismo. Invitaron al público general y en un lapso de cinco horas, cada asistente armó una versión especial del libro para llevarse a su casa, pues la portada quedaba a elección del “dueño”, por así decirlo. 

La experiencia fue interesante porque retaba las “habilidades” manuales y estimulaba la creación. Ningún libro era igual, lo que incluso es más genial, porque hayamos participado o no en su creación, tiene un granito de nosotros. 

Creo que eso es lo que más me gusta de todo el asunto de crear tus propias cosas. Es un proceso de resistencia y de individualidad y estos espacios brindan las herramientas a las personas para no quedarse con el “fracaso” de no haber sido elegidos por una editorial para publicar o no tener los recursos propios para hacerlo desde una plataforma de ventas digitales. Es una oportunidad para los poetas, los pequeños escritores y los ilustradores, gente que no quiere quedar atrapada en la burbuja comercial, de mostrar su trabajo a los demás y de obtener ganancias totales para ellos. 

¿Les gustan las manualidades? ¿Alguna vez han encuadernado algo, sea una reparación o desde cero? ¿Creen que valga la pena auto-publicar tus cosas de forma tan “rústica”? Déjenme sus opiniones, me encantaría leerlas.

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